sábado, 24 de marzo de 2012

Capítulo 3.

                                                                                                                                    Abril del 2011



Dicen que cuando algo acaba, es para dejar paso a un nuevo comienzo. Una nueva historia. Y por eso no me sentí mal por dejar el orfanato St. David's, cuyas paredes maltrechas habían sido testigos de mi desgracia, de como con el paso de los años, mis esperanzas de ser adoptado, se desvanecían. Fue duro pensar que nadie me quería, pero por suerte, comprendí que aquello era sólo una oportunidad que me brindaba la vida, y por una vez que la suerte se ponía de mi lado, no la iba a rechazar.
Gracias a la cantidad de familias que negaron acercarse a mí, gracias a aquellas casas que acabaron devolviéndome, podía salir ahora y buscar a mis padres. Sería tarea difícil, pues los únicos recuerdos que tenía y podían acercarme a su paradero, eran un collar que me dio mi madre cuando me abandonó a las puertas del orfanato, y una vieja foto de mi padre que cogí aquella noche, hace cuatro años, cuando me colé en el despacho del señor Smith, para rebuscar algo en mi expediente que me llevara a conocerme un poco más. En realidad, vivir en el St. David's no había sido tan malo; sí, no tenía amigos, ningún chico quería acercarse a mí, ninguna familia me quería adoptar, pero había allí tres grandes personas, que no olvidaría nunca. Se trataba de la señora Popper, la cocinera, una mujer regordeta de pelo cano, con unas gafas redondas y negras que cubrían aquellos mágicos ojos verdes, tan fascinantes. En especial, ella me había mimado muchísimo, era para mí lo que no fue Sarah, mi madre. También entraba en esas tres personas Harry, el conserje, un viudo e inteligente hombre, tan culto como cualquier catedrático. Amaba la literatura, el arte en sí. Él se había encargado de darme tantos libros como estrellas en el cielo, de enseñarme la historia de cantidad de cuadros. Gracias a él, había aprendido a dibujar. Y, por último, el propio señor Smith. Doug Smith. Era un hombre fascinante... si tratase de describirlo, me quedaría corto. Me cuidaba como un padre, me aconsejaba como un amigo, me mimaba como un abuelo... Y, sombre todo, me había enseñado a tocar la guitarra. Mi amada guitarra. Según sus palabras, había visto el talento natural que él no tenía.
Terminé de recoger mis cosas mirando por la ventana. El sol brillaba con fuerza, el cielo tenía un aspecto alucinante, no había demasiadas nubes... era un día perfecto para comenzar mi nueva vida. Salí de la habitación entusiasmado, recorriendo por última vez, aquel pasillo de gigantes-cas ventanas. Una oleada de recuerdos inundó todo mi ser, humedeciendo mis ojos. Pestañeé un par de veces para contener las lágrimas, con bastante éxito, cabe decir. Cuando por fin llegué al patio que daba paso a las puertas principales del St. David's, algo oprimió mi pecho, dejándome sin respiración. Nunca me habían gustado las despedidas, y ellos lo sabían, mas aquellas tres personas que habían sido mi familia, se encontraban allí, esperándome. Dos gotas saladas recorrieron mi mejilla. Esta vez no había podido evitarlas. Corrí hacia ellos hasta quedarme a escasos metros, mirándolos a todos, de arriba a abajo, sin saber muy bien que decir. La cocinera fue la primera en adelantarse y abrazarme, tan fuerte que empezaba a asfixiarme, pero no me importaba, así que le devolví el abrazo, hasta levantarla en alto y dar un par de vueltas sobre mí mismo. La dejé en el suelo sonriente, viendo como a ella se le escaban las lágrimas sin poder contenerse.
-Te quiero, James. Nunca lo olvides.
-Jamás.-La volví a abrazar, pero esta vez, tan sólo duró escasos segundos. Luego se acercó Harry, colocó sus manos sobre mis hombros, y sonrió, satisfecho.
-Me duele dejarte, chico, pero estoy muy orgulloso de ti. Eres ya todo un hombre.
-Gracias a ti-gimoteé.
-Mucha suerte, James. Te quiero-dijo mientras me estrechaba con fuerza entre sus brazos. Me separé de él al ver a Doug al otro lado, mirándome, con ojos llorosos y una gran sonrisa dibujada. Corrí y me avalancé sobre él, con una profunda tristeza. Me dolía tanto dejarle...
-Siempre supe que llegaría este día, y nunca he conseguido prepararme del todo. Pero sé que estarás bien, James. Conseguirás todo lo que te propongas, de eso estoy seguro. Por favor, no te entusiasmes mucho con la idea de buscar a Louise y a Sarah, piensa que va a ser muy difícil y muy duro encontrarles. Además... ¿quién sabe si querrán conocerte? No pretendo frustrar tus sueños, James, pero no me gustaría verte sufrir más.
-Doug, lo sé. Es sólo que... lo necesito. Necesito saber porqué me dejaron, necesito verles. O, al menos, que me digan que no quieren saber nada de mí. Te prometo que entonces me daré por vencido y me buscaré la vida. Pero no puedo quedarme con las dudas, Doug. No puedo...
Me secó las lágrimos y me abrazó de nuevo, susurrándome un “cuídate” al oído. Estaba dispuesto a marcharme por fin, para comenzar mi nueva vida, cuando la señora Popper me llamó.
-James, ¡espera!
-¿Sí?
-Bueno, hemos estado ahorrando un poco, y hemos conseguido esto... para ti.-Extendió una funda negra que por la forma, supe lo que contenía. Sin embargo, la abrí deprisa, incrédulo, descubriendo en su interior una guitarra nueva, reluciente. Acaricié las cuerdas con suavidad. Les di las gracias a todos de nuevo, otra vez abrazándolos, con más lágrimas derramadas, me colgué la guitarra a la espalda, y me fui.


                                                                                                                                 Julio del 2011


Siempre creí que vivir en el orfanato St. David's, era difícil, pero no conocí el significado de esa palabra realmente, hasta que no me marché de allí. Gracias a Dios, el mal tiempo se había ido, y las calles no estaban ya cubiertas de un frío manto blanco por las noches, pero nunca antes había tenido que buscar un sitio para dormir, nunca había pasado tanta hambre, nunca me había sentido tan mal.
Jamás me había imaginado tocando la guitarra y cantando delante de alguien que no fuera Doug, pero tenía que ganarme la vida de alguna forma, y eso era lo único que sabía hacer, así que todas las tardes, me iba a la Plaza Ferck armado con mi guitarra, y le daba rienda suelta a mis emociones, transmitiéndolas a través de la música, mi querida música. Esta vez no era distinta, me encontraba sentado en los escalones del ayuntamiento, con la guitarra entre mis brazos, y la funda abierta con algunas monedas de tan poco valor. Había una atmósfera húmeda, las nubes amenazaban grises e imponentes en el cielo. Pronto descargarían sus lágrimas, y toda la gente que podía darme un poco de limosna, se iría. Respiré profundamente, antes de empezar a tocar los primeros acordes de una canción que había escrito de pequeño, para Sarah.


-I hope you...
 I long for you.
 I seek you
but I don't  find
I miss you
I want to wait...
But I can't stand the tears
And I wish
a hug,
a kis.
On this cold night
I watch the stars
but I don't see...
You...
I may be blinded
I may be stupid
I may be tired
But I never stop fighting.
On this cold night
I feel lost.
I'm single
And I always lock de doors.
I wish shine
But I haven't light  of its own.
Light my way,
Help me to continue...


Una niña que se comía una galleta se quedó mirándome fijamente, hasta el punto que llegó a intimidarme. Cuando acabé la canción, se acercó muy despacio hasta mí, me besó la mejilla, y dejó un billete en la funda de mi guitarra. Se alejó corriendo hasta un señor que la esperaba en el banco, donde ella cobró algunas monedas. Aquella escena fue un tanto extraña, pero alargué el brazo para ver que clase de billete era. Los ojos se me abrieron como platos, mientras mi corazón latía rápidamente. Era demasiado dinero, me hubiera ayudado mucho, pero algo dentro de mí me decía que no podía aceptar tal cantidad de dolares. Enfundé mi guitarra y, con el billete en la mano, corrí hacia el banco donde aquel hombre miraba la lluvia, que había empezado a caer despacio, sumisa.
-Eh, señor. ¿Es este billete suyo?
-Sí.
-Tome, no puedo aceptarlo.-Le extendí el dinero, miró mi mano, y luego otra vez a mí.
-¿Por qué? Estás ahí para conseguir dinero, ¿verdad? Yo he querido darte eso. Seguro que lo necesitas más que yo.
-Pero...pero es demasiado.
-Toma. Te espero mañana en esa dirección. No faltes.
 Se levantó y se fue sin más, después de haberme entregado un trozo de papel blanco con el nombre de un bar y su localización. 












jueves, 8 de marzo de 2012

Capítulo 2.

                                                                                                Octubre del 2004


Nuestros pasos retumbaban en todo el edificio, silencioso y siniestro. Aquello parecía verdaderamente una cárcel. En realidad, era algo parecido, vigilancia por todas partes, gente que había hecho cosas malas, horarios de visita, y reglas de esa pequeña "sociedad" en la que iba a vivir una temporada. Yo era de los menos peligrosos por allí, además de tener tan sólo once años, ese "delito" que había cometido, era simplemente robar. Mi padre y yo habíamos encontrado una entrada trasera a un gran supermercado, donde nos quedábamos todas las noches a dormir para resguardarnos del mal tiempo que hacía en la calle. Claro que también nos alimentábamos, estábamos hambrientos, no nos íbamos a quedar sólo a pasar la noche. Pero eso el juez no lo entendía. Vale, llevábamos dos meses robando, habíamos cogido productos caros, y otros, no tanto. Y al encontrarme a mí solo, tenían que hacer algo conmigo. Pero, ¿meterme en un correccional? Estaba muy asustado, le tenía miedo a la gente de allí.

    Llegamos a un dormitorio de paredes agrietadas, que antes habían sido blancas. Una pequeña ventana casi pegada al techo dejaba pasar algo de luz, pero no la suficiente. Un chico de unos quince años descansaba con una gorra en la cara, en la litera de arriba. El olor era nauseabundo, por lo que traté de inhalar el menor aire posible. El vigilante me empujó dentro de la habitación y cerró la puerta con llave. Entré a pasos cortos, tratando de no hacer ruido. No tenía ganas de despertar a mi compañero de habitación. Me tumbé en la cama de abajo. Era bastante incómoda y fría, pero al menos, era una cama. Acaricié aquella ropa áspera que me habían dado, y que era dos tallas más grandes de lo que yo necesitaba. 


-Eh, tú, ¿no piensas presentarte?-se oyó desde la litera de arriba. No parecía una voz muy dura, ni tosca. Era más bien amigable, como para dar paso a una conversación. Me quedé callado, sin saber que responder.-Oye, que no muerdo-bromeó el chico, asomando su cabeza.
-Hola...-saludé tímidamente.
-Hola, soy Mike. ¿Y tú?-me tendió la mano. La miré indeciso, y sonreí.
-Drake. Soy Drake.-contesté devolviéndole el saludo.
-¿Qué ha hecho un enano como tú para estar aquí? 
-¡Eh, que no soy tan pequeño! Ya tengo once años-añadí, orgulloso.
-Pues eso, un enano-rió alborotándome el pelo.
-Bueno, robaba en un supermercado-dije al fin-, me encontraron solo, así que me trajeron aquí. ¿Y tú?
-Eh, eh. Aquí hay dos reglas : la primera, nunca, jamás, preguntar por mi vida, ¿entendido?
-De acuerdo...¿y la otra?
-No hacer nada ahí de día-dijo, señalando el retrete pegado a la pared.
-Pensé que aquí había baños...privados.
-Eso es lo que hacen creer, enano.  Pero aquí nos tratan bastante mal. Te daré un consejo : si quieres sobrevivir, créate una reputación. 
-¿Por qué?
-Porque si eres débil, te comen. Esto es una jungla, enano. Y si no eres una bestia, acabarás muy mal.
-¿Y qué tengo que hacer?
-Tú confía en mí. Mañana demostraremos quién eres.
-Mike...
-¿Sí?
-¿Me dejas dormir arriba?
-Está bien, pero sólo por hoy, no te acostumbres.[...]

Me incorporé poco a poco, tratando de no hacer ruido. La habitación estaba sumida en una profunda oscuridad. Aún era de noche. Tras ponerme de rodillas, me asomé a la ventana. Tan sólo se veía la luna, grande, fría, reluciente. Su luz bañaba mi rostro, me embrujaba, me llamaba. De pronto, la imagen de Jack se cruzó por mi cabeza. La verdad es que lo echaba de menos, hacía seis meses que no le veía. ¿Estaría bien? Suspiré. Tendría que dormir, necesitaba recuperar fuerzas para el día crucial que me esperaba.[...]

El sol daba con demasiada fuerza para tratarse de un día de invierno. Esperaba impaciente la señal de Mike para comenzar nuestro plan. Él le había dado algo supuestamente valioso a un chico mayor, para que fingiera que yo le daba una paliza, según Mike, eso evitaría malos tragos. Y así fue, tras un aviso por parte de mi compañero de habitación, un chico no muy fuerte-aunque tampoco delgado, añadiría-, se acercó y chocó con mi hombro, a posta. Me giré nervioso.


-¡Eh, tú!-le grité.-¿E-estás ciego o qué?-fue lo único que se me ocurrió en aquel momento.
-Pírate, enano.-Contesto él, con tono pasota.
-¿Qué me has llamado...?
-E-na-no-aclaró separando cada sílaba, mientras se volvía poniendo su cara muy cerca de la mía, desafiante. Por un momento, tuve miedo, pero recordé aquella valentía sacada de ninguna parte frente a las palizas de mi padre, y le empujé. 
-¡Pelea!-gritó alguien, y un círculo de adolescentes rebeldes nos dejaron en el centro de un gran alboroto. Él, al ver que tantos esperaban que se librase de mí en un abrir y cerrar de ojos, me devolvió el empujón, tirándome al suelo. Me levanté deprisa y me abalancé sobre él, cayéndonos los dos. Como si de una diapositiva se tratase, todos aquellos momentos tristes de mi vida, pasaron delante de mis ojos : la muerte de mi madre, las palizas y gritos de mi padre, tener que robar en los supermercados, dormir entre cartones, no comer en varios días, soportar el frío del invierno...Y entonces, me di cuenta. La vida no había sido justa conmigo, mi vida no había sido como la de un niño normal, todo era una jodida mierda. Y yo debía hacer algo, alguien tenía que pagar por todo lo que yo había pasado. No era justo que ellos fueran felices y yo no, que ellos tuvieran padres normales, que comieran tres veces al día, que todas las noches durmieran bajo techo en una mullida cama, entre calientes sábanas. Aquel chico, iba a ser mi primera víctima de una larga lista. Forcejeamos en el suelo, hasta que pude colocarme encima de él, entonces, le proferí un puñetazo en la cara, y luego otro, y otro más. Sentía como me liberaba con cada golpe, como esa angustia de mi pecho desaparecía, como todo se desvanecía a mi alrededor. Puedo asegurar que no se trataba de felicidad, pero en aquellos instantes me sentí bien, seguro. Nadie, absolutamente nadie, volvería a hacerme sufrir. Noté como alguien me sujetaba agresivamente y tiraba de mí. Seguí luchando, tratando de librarme, pero los brazos que me agarraban eran demasiado fuertes. Dos brutos guardias me arrastraron hacia dentro del edificio, donde me arrinconaron y me dieron una fuerte paliza, hasta dejarme inconsciente. Desperté en mi habitación, en la litera de arriba. Igual que la noche anterior, sólo la fría luz de la luna alumbraba un poco en aquella inmensa oscuridad.




-Eh, enano, ¿ya te has despertado?-dijo un poco preocupado Mike desde abajo.
-Sí...-dije desanimado y dolorido.
-Lo has hecho muy bien, enano. Muy bien.
-¿Sabes, Mike? Hoy he aprendido algo. Nadie, nunca, jamás, volverá a hacerme daño.
-Buenas noches, Drake.-Dijo. Me quedé mirando al techo, mientras mis ojos se cerraban lentamente.
-Nadie...-fue mi última palabra.


Podría resumir mi estancia en el correccional con una simple palabra : libertad. Permaneciendo encerrado me sentía libre, por hablar mal, me sentí bien. No había nadie que se atreviera a meterse conmigo, nadie me hacía daño. Yo era quien mandaba en mi vida. Pese a toda aquella felicidad que acumulé en tres meses, pronto volví a sentirme vacío...
  
                                                                                                                               Enero del 2004


Teníamos que correr tratando de no tropezar con la multitud de chicos tratando de salvar sus vidas. Era como aquella jungla que me había descrito Mike mi primer día, había que luchar por sobrevivir, pisoteando a otros, sabiendo que aquellos compañeros con los que te cruzabas, podrían no salir con vida, incluso con la posibilidad de que tú fueras uno de esos. El cansancio de la batalla y el humo impedía que pudiéramos respirar bien, además, era difícil no desprenderse de la mano de mi compañero de habitación con tanto alboroto. Todos temían por sus vidas, y en estos momentos, sólo pensaban en sí mismos, ya fueran guardias o presos. Simplemente, había que correr. 
   Parecía que nunca íbamos a alcanzar la salida. Los ciento ochenta y siete presos nos dirigíamos al patio, teníamos que saltar los alambres de casi dos metros acabados en esos arcos con pinchos, que yo sólo había visto en películas. Mike sólo sabía decirme que todo iba a salir bien, y me agarraba con tanta fuerza...parecía que no me iba a soltar nunca. Al llegar a las verjas, Mike me subió a sus hombros, me estaba haciendo polvo las manos, pero tenía que salir de allí. Algunos chicos, para impulsarse, me agarraban y me tiraban abajo, pero Mike no cesaba en su intento por salvarme. Era un buen chico. Conseguí llegar arriba tras varios intentos fallidos, miré hacia abajo, y vi a Mike, sonriéndome, con los ojos a punto de desbordarse. Aún no sabía por qué estaba así, pero le sonreí y salté, cayendo encima de alguien. Una parte de mí se tranquilizó al saber que iba a salir vivo de todo aquello, después de todo, pero aún había dentro algo que debía salir, mi mejor amigo, mi compañero de habitación, seguía allí encerrado, temiendo por su vida. Corrí hacia la verja, hasta estar frente a él.


-Vamos, Mike. Sube. Puedes hacerlo.-Dije sonriente. Él seguía sonriendo, pero había algo en su mirada que me preocupaba.
-Eh, enano..., vete de aquí. Sal corriendo, y no mires atrás. Aún corres peligro, y no estaré tranquilo hasta saber que estás a salvo. Así que venga, corre. No pares.
-No pienso irme sin ti, Mike-dije con la voz rota.
-Drake Johnson-dijo, severo-, huye. Sal corriendo de aquí. Y que ni se te ocurre volver. Tienes once jodidos años. Te queda toda una vida por delante. Sonríe, enano. Vas a salir con vida. 
-No...Mike...-comencé a llorar.
-¡Huye!-gritó mientras se perdía entre la gente.
-¡¡Mike!!-grité desconsolado. Golpeé a la primera persona que se cruzó en mi camino y salí corriendo, tal y como mi amigo me había dicho. No podía parar, aunque mis cortas piernas no dieran para más, por Mike, debía seguir adelante.



                                                                                                                                           










lunes, 27 de febrero de 2012

Capítulo 1.

                                                                                                                                Marzo del 2004

Estaba sentado en una mesa, a la esquina del bar, inhalando el humo de los cigarros de los cuatro borrachos que se encontraban riendo junto a mi padre. Apoyaba mi cabeza en la mano derecha, aburrido, enfadado. En mi cabeza, jugueteaba el recuerdo de mi madre cantándome una nana, con su melodiosa voz, tan feliz y sonriente. Al terminar, siempre me daba un abrazo protector y un dulce beso en la frente, me arropaba, acariciaba mi mejilla y me susurraba un "buenas noches, cariño", antes de apagar la luz. Oh, mamá, como añoraba esos tiempos. Sólo tenía diez años cuando ya echaba de menos mi niñez. Y a mi madre. Nunca olvidaría a mi madre. Ni aquel día en que llegué tan feliz del colegio, abrí la puerta de casa, y la encontré tirada en el suelo, con rastros de haber llorado, junto a un bote de pastillas, la mayoría derramadas en la moqueta, y una nota que desde entonces había guardado conmigo.
  Metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta roja, y saqué de ella un trozo de papel arrugado, la desdoblé y recité casi de memoria.

Hola, cariño mío.
Puede que ahora no entiendas que tu madre se ha ido, y ya no volverá. Puede que ahora eches de menos sus abrazos, su voz, sus besos, y te sientas desprotegido. Pero lee con atención, Drake : tienes que ser fuerte, eres ya todo un hombrecito, y estoy seguro de que podrás cuidar de ti mismo sin ayuda de nadie. Se me parte el corazón al pensar en tu carita ahora mismo, leyendo esto, viendo la muerte por primera vez. No me siento orgullosa de lo que he hecho, cariño mío, pero ya no podía más. No es tu culpa, de verdad, nadie la tiene. Estaba agobiada, no podía respirar, y no pensaba quedarme a ver como nos moríamos todos poco a poco. Ha sido un acto cobarde, y un golpe muy duro para ti, a tus siete años. Drake, perdona a mamá. Te quiero, mi vida, y desde el cielo estaré vigilándote, cuidándote, y jamás me iré del todo si me mantienes en tu corazoncito. No me guardes rencor, por favor, ni a tu padre tampoco. Ha sido algo que he decidido por mí misma, y necesitaba hacerlo.
                                                                                                                 Sé valiente, cariño mío.

Los ojo se me llenaron de lágrimas, como cada vez que la leía. "Sé valiente". Tenía diez años, ¿cómo podía ser valiente? Y más cuando mi padre se gastaba el poco dinero que teníamos en la cerveza, cuando teníamos que dormir muchas noches en la calle, cuando mi única comida era la que Jack, el tabernero, me guardaba, cuando me daba miedo estar a solas con mi padre, por miedo a que me pegara otra de sus palizas. Miré el reloj de madera colgado en una de las columnas del pequeño y lúgubre local, me costaba ver con claridad la hora, pero al forzar un poco la vista pude distinguir que eran las tres de la mañana. Bostecé, como si al ver lo tarde que era, un gran pesar se hubiera apoderado de mí; estaba cansado. 
 -Papá, ¿podemos irnos ya? Tengo sueño...-dije frotándome un ojo. Pero mi padre no respondió, ni siquiera me miró, siguió riendo con sus amigos entre trago y trago, calada y calada. Decidí callarme para no arriesgarme a sus gritos, apoyé la cabeza en los dos brazos, cerré los ojos, y me quedé dormido. [...]

 Abrí los ojos lentamente, tratando de enfocar la vista. No conseguía reconocer la habitación en la que estaba. Debajo de mí había algo blando, y algunas sábanas suaves me tapaban, ¿era una cama? Sí, lo era. Una cama muy cómoda. ¿Dónde estaba? Me incorporé poco a poco y observé detenidamente la habitación. La cama en la que me encontraba tenía un dosel azul marino. A la derecha, había una gran ventana, por donde entraban los cálidos rayos de sol que iluminaban el dormitorio. La pared tenía una cenefa con ositos de peluche, y, hacia arriba, estaba pintada de celeste, en cambio, la mitad de abajo, tenía un color azul oscuro, casi negro. Había estanterías por todos lados, llenas de juguetes y cuentos infantiles. Una maqueta de avión color granate con las aspas azules, colgaba del techo. En la esquina de la habitación, se hallaba un pequeño armario de madera de roble y, junto a él, un baúl verde oscuro de lo que parecía hierro. Me levanté de la cama, extrañado, aún mirando a mi alrededor. Caí en que aún llevaba puesta la ropa del día anterior, pero no estaban mis zapatos. Encogí y estiré los dedos de los pies, sintiendo el tacto de la moqueta azul, tan suave. Caminé hacia la puerta, acaricié el picaporte, y tiré de él, para abrirla. Me encontraba en un pasillo de paredes blancas, en las que cuadros de todos los tamaños con fotos de un niño pequeño parecido a mí, daban un aspecto recargado y oscuro a aquel lugar. Paseé deslizando la mano por la pared, sintiendo su calor. En ningún momento había sentido miedo, al contrario, estaba fascinado por todo lo que me rodeaba.

-Oh, ya te has despertado. Ven aquí, Drake.-Frente a mí se encontraba Jack, con una bata azul, y ofreciéndome una sonrisa amable. Di algunos pasos cortos hacia él, sin decir nada.-Hay cereales para desayunar, ¿tienes hambre?-Asentí, aún sin responder. En cierto modo, me tranquilizaba que fuera Jack el dueño de aquella casa, pero no conseguía articular palabra. Me senté en una silla de madera oscura, mientras él traía un cuenco de cereales y una cuchara. Me sorprendió la cantidad de cuadros de aquel niño que había  por toda la casa, pero me fijé especialmente en uno, colgado frente a mí. La foto parecía de un día de verano, había árboles de hojas verdes. Una mujer rubia, con una preciosa sonrisa abrazaba al protagonista de todos los cuadros. Junto a ellos, estaba Jack, agachado, con una media sonrisa, sujetando la mano del niño.
-¿Qué les pasó?-me aventuré a preguntar, una vez Jack se había sentado junto a mí con otro cuenco de cereales.
-Un accidente de coche.-Trató de sonreír amablemente, pero quedó en una mueca de fastidio. Sabía que no había hecho bien al preguntar, por lo que opté a quedarme callado y comerme con ansia los cereales. Estaba hambriento.-Oye, Drake, te he dejado ropa nueva en el sofá. Cuando termines, pruébatela, a ver si es tu talla.
-¡Gracias, Jack!-dije ilusionado. Me levanté enseguida y busqué en la bolsa que había encima de los cojines rojos de terciopelo del sofá. Cogí lo primero que vi y lo desdoblé en alto, para verlo mejor. Era un jersey gris de manga larga. Desde luego, me hacía falta uno con el mal tiempo que estábamos pasando. Sonreí y busqué la etiqueta. Era bastante caro.-No, Jack, no puedo aceptarlo. Te ha debido de costar mucho. 
-No te preocupes por el precio, de verdad. Es un regalo. Hoy es tu cumpleaños, ¿no?
-En realidad, es dentro de dos meses.
-Bueno, un regalo adelantado. 
-Gracias, Jack.-Le abracé sonriente. No lo pude ver, pero estaba seguro de que él también había sonreído. Me aparté y seguí viendo la bolsa. Esta vez saqué unos pantalones vaqueros anchos, con muchos bolsillos. Me encantaron. Había también un par de calcetines negros, y, abajo del sofá, unos botines del mismo color. Por último, un gorro de lana gris y unos guantes del mismo color
-Antes de probarte todo, ve a darte una ducha, anda. Está todo preparado.
-De acuerdo.-Corrí hacia el pasillo, pero antes de entrar al baño, recordé algo.-Oye, Jack...
-¿Sí?
-Mi padre se olvidó de mí anoche, ¿verdad? Por eso estoy aquí.-No supo responder.-Tranquilo, no hace falta que digas nada, estoy acostumbrado a levantarme en cualquier sitio.-Me miró con ojos compasivos, le sonreí y corrí hacia el baño. [...]


  Salí de la ducha de puntillas para mojar el suelo lo menos posible, y me dirigí a la habitación donde me había despertado. Allí Jack había colocado la ropa que me había comprado, junto a ropa interior nueva. Me vestí ilusionado al comprobar que me quedaba todo bien, me sentía como nuevo. Oí gritos y pegué la oreja a la pared. Era mi padre, estaba discutiendo con Jack. Me entró el pánico, así que recosté la espalda sobre la pared y me deslicé hasta quedar sentado en el suelo, me tapé los oídos y empecé a llorar. Los gritos que se escuchaban lejanos por fin pararon. Destapé mis oídos al tiempo que mi padre abría la puerta, apestando a alcohol, bebiendo una botella de cerveza. Me quedé mirándolo fijamente, aterrado, mi corazón latía deprisa, me temblaba todo el cuerpo. Se acercó hasta mí, me miró de arriba a abajo, me agarró fuerte del brazo y tiró de mí hasta ponerme de pie. Entonces, me profirió un guantazo en la cara.


-¡Déjale!-gritó Jack, que entró cojeando, con una mano en la oreja, que le sangraba. Mi padre le ignoró y me empujó, haciéndome caer al suelo.-Tom, es sólo un niño, por Dios. Déjale.
-¡Es mi hijo, y lo educaré como yo quiera! Para eso me he hecho cargo de él durante diez jodidos años.

Papá me agarró de la camiseta y me arrastró hasta la salida de la casa, seguidos por Jack, que no quería dejarme ir, pero no podía hacer otra cosa. Salimos a un barrio de pequeñas casas blancas y estrechos callejones. Nunca antes había estado allí. Mi padre me llevó hasta uno de los callejones, me miró y me olió.


-Escúchame bien, mocoso. No quiero que te separes de mí, ni que te vayas a casa de desconocidos, ¿me oyes?-Me asusté y no supe que responder. No entendía que me regañara por algo que había hecho él.-¡¿Me oyes?!-volvió a gritar.
-Sí...-balbuceé.
-Bien, ahora entra ahí y coge la cerveza sin que te vean-dijo, señalando un supermercado que teníamos en frente.
-¿Puedo coger algo para comer?
-Sí, sí, está bien, pero que no te pillen. No me haré cargo de ti, ¿entendido?
-Sí, señor.
-Venga, ahora corre.-Me dio una palmadita en la espalda y salí corriendo al establecimiento. No estaba nada nervioso, llevaba haciendo eso desde que murió mamá. Miré a ambos lados de la carretera antes de cruzar al otro lado de la calle. Había un inconveniente esta vez, y era que, al estar en un sitio desconocido, si me pillaban me caería una buena, no como en los supermercados donde solía "robar", que los cajeros ya me conocían y me dejaban llevarme lo que fuese, poniendo ellos el dinero de su propio bolsillo. Nunca se lo había dicho a mi padre, él no quería "caridad" de parte de nadie. 
 Las puertas se abrieron al compás de mis pasos, mientras entraba al super. Me dirigí disimuladamente al pasillo de los dulces, y, sin que nadie me viese, metí un par de paquetes pequeños de galletas en los bolsillos del pantalón que me había regalado Jack. Luego busqué la calle de las bebidas y escondí como pude dos botellines en mi chaleco. Al salir, sujeté la mano de una mujer que ya había pagado y no sospecharon de mí. Ella me soltó de un manotazo una vez estuvimos fuera, así que corrí hasta mi padre y le di las botellas.


-Buen chico-me dijo, acariciándome la cabeza, alborotándome el pelo. Le sonreí satisfecho por mi trabajo. Le cogí la mano y echamos a andar entre callejones oscuros.
-Papá...
-¿Qué?
-Te quiero.
-Y yo a ti, Drake. Y yo a ti.