lunes, 27 de febrero de 2012

Capítulo 1.

                                                                                                                                Marzo del 2004

Estaba sentado en una mesa, a la esquina del bar, inhalando el humo de los cigarros de los cuatro borrachos que se encontraban riendo junto a mi padre. Apoyaba mi cabeza en la mano derecha, aburrido, enfadado. En mi cabeza, jugueteaba el recuerdo de mi madre cantándome una nana, con su melodiosa voz, tan feliz y sonriente. Al terminar, siempre me daba un abrazo protector y un dulce beso en la frente, me arropaba, acariciaba mi mejilla y me susurraba un "buenas noches, cariño", antes de apagar la luz. Oh, mamá, como añoraba esos tiempos. Sólo tenía diez años cuando ya echaba de menos mi niñez. Y a mi madre. Nunca olvidaría a mi madre. Ni aquel día en que llegué tan feliz del colegio, abrí la puerta de casa, y la encontré tirada en el suelo, con rastros de haber llorado, junto a un bote de pastillas, la mayoría derramadas en la moqueta, y una nota que desde entonces había guardado conmigo.
  Metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta roja, y saqué de ella un trozo de papel arrugado, la desdoblé y recité casi de memoria.

Hola, cariño mío.
Puede que ahora no entiendas que tu madre se ha ido, y ya no volverá. Puede que ahora eches de menos sus abrazos, su voz, sus besos, y te sientas desprotegido. Pero lee con atención, Drake : tienes que ser fuerte, eres ya todo un hombrecito, y estoy seguro de que podrás cuidar de ti mismo sin ayuda de nadie. Se me parte el corazón al pensar en tu carita ahora mismo, leyendo esto, viendo la muerte por primera vez. No me siento orgullosa de lo que he hecho, cariño mío, pero ya no podía más. No es tu culpa, de verdad, nadie la tiene. Estaba agobiada, no podía respirar, y no pensaba quedarme a ver como nos moríamos todos poco a poco. Ha sido un acto cobarde, y un golpe muy duro para ti, a tus siete años. Drake, perdona a mamá. Te quiero, mi vida, y desde el cielo estaré vigilándote, cuidándote, y jamás me iré del todo si me mantienes en tu corazoncito. No me guardes rencor, por favor, ni a tu padre tampoco. Ha sido algo que he decidido por mí misma, y necesitaba hacerlo.
                                                                                                                 Sé valiente, cariño mío.

Los ojo se me llenaron de lágrimas, como cada vez que la leía. "Sé valiente". Tenía diez años, ¿cómo podía ser valiente? Y más cuando mi padre se gastaba el poco dinero que teníamos en la cerveza, cuando teníamos que dormir muchas noches en la calle, cuando mi única comida era la que Jack, el tabernero, me guardaba, cuando me daba miedo estar a solas con mi padre, por miedo a que me pegara otra de sus palizas. Miré el reloj de madera colgado en una de las columnas del pequeño y lúgubre local, me costaba ver con claridad la hora, pero al forzar un poco la vista pude distinguir que eran las tres de la mañana. Bostecé, como si al ver lo tarde que era, un gran pesar se hubiera apoderado de mí; estaba cansado. 
 -Papá, ¿podemos irnos ya? Tengo sueño...-dije frotándome un ojo. Pero mi padre no respondió, ni siquiera me miró, siguió riendo con sus amigos entre trago y trago, calada y calada. Decidí callarme para no arriesgarme a sus gritos, apoyé la cabeza en los dos brazos, cerré los ojos, y me quedé dormido. [...]

 Abrí los ojos lentamente, tratando de enfocar la vista. No conseguía reconocer la habitación en la que estaba. Debajo de mí había algo blando, y algunas sábanas suaves me tapaban, ¿era una cama? Sí, lo era. Una cama muy cómoda. ¿Dónde estaba? Me incorporé poco a poco y observé detenidamente la habitación. La cama en la que me encontraba tenía un dosel azul marino. A la derecha, había una gran ventana, por donde entraban los cálidos rayos de sol que iluminaban el dormitorio. La pared tenía una cenefa con ositos de peluche, y, hacia arriba, estaba pintada de celeste, en cambio, la mitad de abajo, tenía un color azul oscuro, casi negro. Había estanterías por todos lados, llenas de juguetes y cuentos infantiles. Una maqueta de avión color granate con las aspas azules, colgaba del techo. En la esquina de la habitación, se hallaba un pequeño armario de madera de roble y, junto a él, un baúl verde oscuro de lo que parecía hierro. Me levanté de la cama, extrañado, aún mirando a mi alrededor. Caí en que aún llevaba puesta la ropa del día anterior, pero no estaban mis zapatos. Encogí y estiré los dedos de los pies, sintiendo el tacto de la moqueta azul, tan suave. Caminé hacia la puerta, acaricié el picaporte, y tiré de él, para abrirla. Me encontraba en un pasillo de paredes blancas, en las que cuadros de todos los tamaños con fotos de un niño pequeño parecido a mí, daban un aspecto recargado y oscuro a aquel lugar. Paseé deslizando la mano por la pared, sintiendo su calor. En ningún momento había sentido miedo, al contrario, estaba fascinado por todo lo que me rodeaba.

-Oh, ya te has despertado. Ven aquí, Drake.-Frente a mí se encontraba Jack, con una bata azul, y ofreciéndome una sonrisa amable. Di algunos pasos cortos hacia él, sin decir nada.-Hay cereales para desayunar, ¿tienes hambre?-Asentí, aún sin responder. En cierto modo, me tranquilizaba que fuera Jack el dueño de aquella casa, pero no conseguía articular palabra. Me senté en una silla de madera oscura, mientras él traía un cuenco de cereales y una cuchara. Me sorprendió la cantidad de cuadros de aquel niño que había  por toda la casa, pero me fijé especialmente en uno, colgado frente a mí. La foto parecía de un día de verano, había árboles de hojas verdes. Una mujer rubia, con una preciosa sonrisa abrazaba al protagonista de todos los cuadros. Junto a ellos, estaba Jack, agachado, con una media sonrisa, sujetando la mano del niño.
-¿Qué les pasó?-me aventuré a preguntar, una vez Jack se había sentado junto a mí con otro cuenco de cereales.
-Un accidente de coche.-Trató de sonreír amablemente, pero quedó en una mueca de fastidio. Sabía que no había hecho bien al preguntar, por lo que opté a quedarme callado y comerme con ansia los cereales. Estaba hambriento.-Oye, Drake, te he dejado ropa nueva en el sofá. Cuando termines, pruébatela, a ver si es tu talla.
-¡Gracias, Jack!-dije ilusionado. Me levanté enseguida y busqué en la bolsa que había encima de los cojines rojos de terciopelo del sofá. Cogí lo primero que vi y lo desdoblé en alto, para verlo mejor. Era un jersey gris de manga larga. Desde luego, me hacía falta uno con el mal tiempo que estábamos pasando. Sonreí y busqué la etiqueta. Era bastante caro.-No, Jack, no puedo aceptarlo. Te ha debido de costar mucho. 
-No te preocupes por el precio, de verdad. Es un regalo. Hoy es tu cumpleaños, ¿no?
-En realidad, es dentro de dos meses.
-Bueno, un regalo adelantado. 
-Gracias, Jack.-Le abracé sonriente. No lo pude ver, pero estaba seguro de que él también había sonreído. Me aparté y seguí viendo la bolsa. Esta vez saqué unos pantalones vaqueros anchos, con muchos bolsillos. Me encantaron. Había también un par de calcetines negros, y, abajo del sofá, unos botines del mismo color. Por último, un gorro de lana gris y unos guantes del mismo color
-Antes de probarte todo, ve a darte una ducha, anda. Está todo preparado.
-De acuerdo.-Corrí hacia el pasillo, pero antes de entrar al baño, recordé algo.-Oye, Jack...
-¿Sí?
-Mi padre se olvidó de mí anoche, ¿verdad? Por eso estoy aquí.-No supo responder.-Tranquilo, no hace falta que digas nada, estoy acostumbrado a levantarme en cualquier sitio.-Me miró con ojos compasivos, le sonreí y corrí hacia el baño. [...]


  Salí de la ducha de puntillas para mojar el suelo lo menos posible, y me dirigí a la habitación donde me había despertado. Allí Jack había colocado la ropa que me había comprado, junto a ropa interior nueva. Me vestí ilusionado al comprobar que me quedaba todo bien, me sentía como nuevo. Oí gritos y pegué la oreja a la pared. Era mi padre, estaba discutiendo con Jack. Me entró el pánico, así que recosté la espalda sobre la pared y me deslicé hasta quedar sentado en el suelo, me tapé los oídos y empecé a llorar. Los gritos que se escuchaban lejanos por fin pararon. Destapé mis oídos al tiempo que mi padre abría la puerta, apestando a alcohol, bebiendo una botella de cerveza. Me quedé mirándolo fijamente, aterrado, mi corazón latía deprisa, me temblaba todo el cuerpo. Se acercó hasta mí, me miró de arriba a abajo, me agarró fuerte del brazo y tiró de mí hasta ponerme de pie. Entonces, me profirió un guantazo en la cara.


-¡Déjale!-gritó Jack, que entró cojeando, con una mano en la oreja, que le sangraba. Mi padre le ignoró y me empujó, haciéndome caer al suelo.-Tom, es sólo un niño, por Dios. Déjale.
-¡Es mi hijo, y lo educaré como yo quiera! Para eso me he hecho cargo de él durante diez jodidos años.

Papá me agarró de la camiseta y me arrastró hasta la salida de la casa, seguidos por Jack, que no quería dejarme ir, pero no podía hacer otra cosa. Salimos a un barrio de pequeñas casas blancas y estrechos callejones. Nunca antes había estado allí. Mi padre me llevó hasta uno de los callejones, me miró y me olió.


-Escúchame bien, mocoso. No quiero que te separes de mí, ni que te vayas a casa de desconocidos, ¿me oyes?-Me asusté y no supe que responder. No entendía que me regañara por algo que había hecho él.-¡¿Me oyes?!-volvió a gritar.
-Sí...-balbuceé.
-Bien, ahora entra ahí y coge la cerveza sin que te vean-dijo, señalando un supermercado que teníamos en frente.
-¿Puedo coger algo para comer?
-Sí, sí, está bien, pero que no te pillen. No me haré cargo de ti, ¿entendido?
-Sí, señor.
-Venga, ahora corre.-Me dio una palmadita en la espalda y salí corriendo al establecimiento. No estaba nada nervioso, llevaba haciendo eso desde que murió mamá. Miré a ambos lados de la carretera antes de cruzar al otro lado de la calle. Había un inconveniente esta vez, y era que, al estar en un sitio desconocido, si me pillaban me caería una buena, no como en los supermercados donde solía "robar", que los cajeros ya me conocían y me dejaban llevarme lo que fuese, poniendo ellos el dinero de su propio bolsillo. Nunca se lo había dicho a mi padre, él no quería "caridad" de parte de nadie. 
 Las puertas se abrieron al compás de mis pasos, mientras entraba al super. Me dirigí disimuladamente al pasillo de los dulces, y, sin que nadie me viese, metí un par de paquetes pequeños de galletas en los bolsillos del pantalón que me había regalado Jack. Luego busqué la calle de las bebidas y escondí como pude dos botellines en mi chaleco. Al salir, sujeté la mano de una mujer que ya había pagado y no sospecharon de mí. Ella me soltó de un manotazo una vez estuvimos fuera, así que corrí hasta mi padre y le di las botellas.


-Buen chico-me dijo, acariciándome la cabeza, alborotándome el pelo. Le sonreí satisfecho por mi trabajo. Le cogí la mano y echamos a andar entre callejones oscuros.
-Papá...
-¿Qué?
-Te quiero.
-Y yo a ti, Drake. Y yo a ti.



 

2 comentarios:

  1. No te conozco, pero me encanta lo que has escrito =) Me uno a tu blog pues! Un besazo!

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    1. Muchísimas gracias, un comentario así siempre saca una sonrisa. Gracias por ello :D

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